martes, 31 de agosto de 2010




San Martín, de Padre de la Patria a desocupado.



Este impresionante relato del pintor argentino Guillermo Roux fue publicado en el diario La Nación el 18 de Agosto de 2009, bajo el título de "La última batalla de San Martín".


En agosto de 2000, con motivo de los 150 años de la muerte del Libertador, LA NACION publicó un suplemento especial cuya portada llevó como ilustración el retrato del prócer que aquí se reproduce, realizado por Guillermo Roux. La obra inspiró al pintor la escritura del siguiente relato.


La última batalla de San Martín
Por Guillermo Roux

Fabián Bermúdez era extraordinariamente parecido a San Martín, era el modelo que yo necesitaba.

Desde chico, en la escuela primaria, tenía en pequeño aquella naricita ligeramente aguileña, las cejas altas y arqueadas y aquella mirada de ojos negros y penetrantes. Atraía la atención de todos. En las fiestas patrias, aquellos años de delantal plisado blanco, de escarapela redonda con dos colitas abajo, de porteros que repartían el pan a la salida, y de campanas que marcaban la entrada a clase y la salida al recreo, Fabián hacía siempre de San Martín. La cooperadora de la escuela le había comprado un pequeño uniforme que mantenía impecable para que Fabián se lo pusiera. En aquellos años, su modestísima familia pudo mandarlo al Nacional y ahí también lo vieron como San Martín. A medida que pasaban los años, su parecido era cada vez más potente.

Llegó una vez más el 17 de Agosto. El rector quiso hacer una teatralización de la vida del Padre de la Patria y por supuesto fue Fabián el único capaz de representarlo. Pero lo que en la primaria había sido el asombro de maestros y de chicos, en la secundaria fue motivo de crueles bromas.

En aquella última obra, llovieron sobre Fabián tizas y borradores, un tumulto colosal terminó con la representación y hubo unos cuantos expulsados del colegio. Fue así como Fabián, que por entonces tenía 15 años, decidió no representar más a San Martín. A pesar de que su parecido era cada vez más alarmante.

Todo cambió, la Argentina cambió, y Fabián tuvo que dejar de ir al Nacional. Fue la época en que se terminaron para siempre los delantales de la primaria almidonados y plisados.

De la casita sin terminar pero digna, tuvieron que irse a la villa. Techos de chapa y paredes de compensado.

Cuando lo conocí, Fabián tenía unos cuarenta años y era tal cual el San Martín ése de los manuales y de las figuritas. Sin el uniforme, porque ahora ninguna cooperadora podía vestirlo, venía a mi estudio con una campera descolorida, jean y zapatillas limpias pero gastadas.

Era un San Martín triste y un poco encorvado. La vida había castigado tan implacablemente a Fabián como, a fin de cuentas, sabe hacerlo con sus mejores hijos.

Llegó aquella tarde a mi estudio de Martínez porque yo necesitaba pintar un San Martín para una publicación. Me contó todas estas cosas que ahora recuerdo, mientras posaba sentado en el sillón de época con aquel traje de civil y poncho sobre los hombros. En las horas de la pose se transfiguraba y asumía una extraña prestancia extendiendo su mano hacia adelante, señalando con el dedo aquel destino que no hemos sabido conseguir.

Supe que vivía con su madre de ochenta años en una villa de Lanús Oeste (del padre nunca me habló), y lo habían dejado sin trabajo. Formaba parte de la triste lista de desocupados que han quedado marginados en la Argentina de hoy.

Me lo mandó una agencia de modelos. En el sobre, con fotos de modelos parecidos a San Martín, la suya llamaba la atención a pesar de ser mala. Realmente sorprendía aquel San Martín fotografiado al lado de la casilla, rodeado de chicos rotosos, de perros y de barro.

Cuando terminé mi trabajo con él, lo acompañé hasta la vereda, me saludó conmovido y se alejó dejando una estela de olor a nicotina que aún hoy recuerdo.

Me llamaba a veces. Supe que había conseguido algunos trabajos temporarios de apenas unos días y me vino a visitar una tarde. La frustración lo había mordido hasta lo más crudo y me contaba de aquella psicóloga que le hizo el test para tomarlo de guardián.

-Dese cuenta -me dijo-, me preguntó que cuál sería mi reacción si alguien se me aparece por atrás y de golpe por la noche, y yo le contesté que no podía contestar porque no lo sabía. Imagínese -agregó-, me dejó sin el trabajo, ¿qué podía contestar yo? Usted sabe, la chica bien me miraba fijo, como juzgándome, como sabiendo todo, ella que de la calle no entiende nada.

Hace un rato, en el noticiero del 11, lo vi a Fabián en el suelo sobre un charco de sangre, los mismos jeans, la misma campera y más San Martín que nunca.

Con esa perversa minuciosidad de los periodistas en busca de audiencia, supe lo que había pasado. Cinco delincuentes, decía el periodista, intentaban robar el supermercado. Cuatro escaparon y uno cayó muerto. El barrio de Flores estaba convulsionado. Los vecinos en la calle relataban lo que habían visto. Todos los canales de televisión comentaban lo ocurrido.

Pude ver entonces la filmación que un cineasta casual había logrado de lo ocurrido. Ahí estaba Fabián Bermúdez detrás de un auto, enfrentando a la policía: herido, sangrando y esquivando las balas, saltando de un lado para el otro para que sus amigos pudieran escapar. Fabián les cubrió la retirada con su vida. He visto esa terrible escena muchas veces y luego la grabación que tomé del canal de televisión.

Deteniendo la imagen creí adivinar en la cara de Fabián un rayo de heroica furia. Quién sabe si Fabián-San Martín no estaba viviendo poseído su última batalla.


Información sacada del blog LA PATA MALDITA. http://patagoniamaldita.blogspot.com/

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